martes, 27 de septiembre de 2011

Archivos Robert Walser-

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Robert Walser-Archiv Robert Walser archivos

Das Robert Walser-Archiv sammelt alle Materialien zum Leben und Werk von Robert Walser und Carl Seelig. Los archivos de Robert Walser recoge los materiales de la vida y obra de Robert Walser y Seelig Carl.

Sammlungsschwerpunkte Colección Focus

Den wichtigsten Schwerpunkt bildet die Robert-Walser-Dokumentation, in der alle gedruckten und ungedruckten Materialien zu Robert Walsers Leben und Werk gesammelt werden, so Erstdrucke und spätere Buchausgaben, Übersetzungen, Bearbeitungen für Theater, Hörspiel etc. und Sekundärliteratur (Monografien, Aufsätze, Zeitungsartikel, unveröffentlichte universitäre Arbeiten etc.). El objetivo principal es el Robert-Walser-documental en el que todos los materiales publicados y no publicados a la vida de Robert Walser y las obras se recogen, primeras ediciones y ediciones, traducciones, adaptaciones para el teatro, el drama de radio, etc, y la literatura secundaria (monografías, ensayos, artículos periodísticos , el trabajo académico inédito, etc.)
Ein Sammlungsschwerpunkt sind auch literarische Zeitschriften der ersten Hälfte des 20. Un enfoque de la colección son también las revistas literarias de la primera mitad del siglo 20 Jahrhunderts ( Individualität ; Die Insel ; Der neue Merkur ; Die neue Rundschau ; Pro Helvetia ; Die Rheinlande ; Die Schaubühne / Die Weltbühne ; Sonntagsblatt des Bund / Der kleine Bund ; Die Weißen Blätter ; Wissen und Leben / Neue Schweizer Rundschau ; Schweizerland ; Kunst und Künstler ua). Siglo (individualidad, Isla, El Mercurio de Nueva, Nueva Rundschau, Pro Helvetia, la región del Rin, la etapa / El Escenario Mundo, Domingo Oficial de la Liga Federal / Little, Las sábanas blancas, el conocimiento y la vida / Neue Schweizer Rundschau, tierras suizas, el arte artistas y otros).
Die Materialien zu Leben und Werk des Schriftstellers, Verlegers und Literaturförderers Carl Seelig bilden einen weiteren Schwerpunkt der Sammlung. Los materiales de la vida y obra del autor, editor y promotor de la literatura Carl Seelig son otro foco de la colección.

Hinweise Notas

Das Robert Walser-Archiv ist an neu auftauchenden Walser-Materialien sehr interessiert und jederzeit dankbar dafür, wenn sie ihm zur Kenntnis gebracht werden. El archivo se encuentra en Robert Walser Walser materiales de reciente aparición muy interesados ​​y agradecidos siempre cuando son llevados a su atención. Diesbezügliche Hinweise nimmt der Archivleiter, Dr. Lucas Marco Gisi ( lucas.gisi(at)robertwalser.ch ), gerne entgegen. Notas a este efecto se archive el director, el Dr. Lucas Marco Gisi ( lucas.gisi (a) robertwalser.ch ), aceptó de buen grado.

Zur Geschichte des Archivs En la historia del archivo

Das Robert Walser-Archiv, gegründet 1973 von der Carl Seelig-Stiftung, Zürich, ging aus der Hinterlassenschaft des Zürcher Mäzens und Journalisten Carl Seelig (1894–1962) hervor, der Robert Walser in seiner Anstaltszeit als einziger regelmässig besuchte und seine letzte Kontaktperson war. El Robert Walser Archivo, fundada en 1973 por Carl Seelig-Stiftung, Zurich, pasó de la herencia de la patrona de Zurich y el periodista Carl Seelig (1894-1962) producido, que visitó regularmente Robert Walser, en su tiempo en prisión como una sola y fue su último contacto .
1937 hatte Carl Seelig eine Anzahl Manuskripte und Druckbelege von Walsers Schwester Lisa erhalten – angeblich in einem Schuhkarton. 1937 Carl Seelig había recibido una serie de manuscritos e impresos de la hermana de Lisa Walser - supuestamente en una caja de zapatos. Ein weiteres Konvolut kam nach Walsers Tod in der psychiatrischen Klinik Waldau zufällig zutage und gelangte ebenfalls an Seelig. Otro paquete de la muerte de Walser salió a la luz por casualidad en la Clínica Psiquiátrica Waldau y llegó también a Seelig.
Der gesamte Nachlass Walsers umfasste Toda la finca constaba de Walser
  • 526 Blätter mit Mikrogrammen (Papiere verschiedenster Art und Grösse, auf denen Walser seine Texte in winziger Bleistiftschrift entwarf) 526 microgramos de hojas con (papeles de varios tipos y tamaños, que se basó en textos de Walser por escrito lápiz pequeño)
  • 224 unpublizierte Prosamanuskripte aus den Jahren 1924–1933 und 73 separat numerierte Gedichtmanuskripte (bis auf Der Sonntag ebenfalls unveröffentlicht) 224 manuscritos inéditos en prosa de los años 1924-33 y 73 por separado numerados manuscritos poema (excepto los domingos, también inédito)
  • rund 300 Prosa-Abdrucke (die frühesten davon aus der Bieler Zeit, die letzten von 1937) und 122 Gedicht-Abdrucke aus der Berner Zeit. 300 impresiones en prosa (que desde el primer momento Bieler, el último de 1937) y 122 de las impresiones poema-en Berna.
Charakteristisch für Walsers Werk ist eine extreme publizistische Zerstreuung: Von 1898 bis in die 1930er Jahre hat er mehr als 1000 Texte in über 100 verschiedenen Zeitschriften und Zeitungen publiziert. Característico de la obra de Walser es una diversión extrema periodística: Desde 1898 hasta la década de 1930, ha publicado más de 1.000 textos en más de 100 diferentes revistas y periódicos. Walsers Texte wie auch die Dokumente zu seinem Leben mussten erst in langwieriger Recherche aufgespürt und zusammengetragen werden. Textos de Walser, así como los documentos necesarios para su vida sólo para ser perseguidos y compilado en larga búsqueda. Dieser Prozess ist bis heute nicht abgeschlossen und noch immer werden neue Texte gefunden. Este proceso aún no ha concluido y aún se encuentran nuevos textos.
Alle Autografen der Nachlässe von Robert Walser und Carl Seelig werden seit 2008 als langfristiges Depositum im Schweizerischen Literaturarchiv SLA der Schweizerischen Nationalbibliothek gelagert, um die modernsten Standards für die Sicherung, Konservierung und Erschließung zu garantieren. Todos los autógrafos de los bienes de Robert Walser y Seelig Carl en el almacenamiento desde el año 2008 como un depósito a largo plazo en el SLA suizo archivos literarios de la Biblioteca Nacional de Suiza para asegurar los estándares más recientes para la protección, conservación y desarrollo.
Dem Archiv wurden im Laufe seiner Tätigkeit auch die Nachlässe von Hugo und Emmy Ball-Hennings, Josef Halperin, Max Müller (Friedrich Glauser-Sammlung), Ossip Kalenter sowie das Archiv des Steinberg-Verlags Zürich anvertraut. Los archivos fueron encomendadas en el curso de su trabajo y las propiedades de Hugo Ball-y Emmy Hennings, Halperin Joseph, Max Müller (Friedrich Glauser colección), Kalenter Ossip y el archivo de la Zurich Steinberg-Verlag.
Diese Bestände werden 2008 bis 2011 erschlossen und ins Schweizerische Literaturarchiv SLA der Schweizerischen Nationalbibliothek überführt. Estas acciones se desarrollan en 2011 y 2008 por el suizo SLA archivos literarios transferidos por la Biblioteca Nacional de Suiza.



domingo, 18 de septiembre de 2011

http://snodsbury.blogspot.com/2009/04/robert-walser-tanners-and-other-new.html

(FRAGMENTO)
Speaking of momumental undertakings, this past fall Suhrkamp published the massive, 511 page Robert Walser: Sein Leben in Bildern und Texten (Robert Walser: His Life in Pictures and Texts), edited by noted Walser scholar Bernhard Echte. My German isn't strong enough to be able to grasp the exact nature of the project, but it looks amazing. With any luck, one of Walser's French-language publishers (I'm talking to you Zoe and Gallimard!) will decide to translate it one day (I don't think there's any hope of this ever coming out in English). I've managed to glean a few sample pages to whet your appetite:


http://snodsbury.blogspot.com/2009/04/robert-walser-tanners-and-other-new.html

Robert Walser, 1893

http://literatambo.blogspot.com/2010/08/el-poeta-suizo-robert-walser-la-nieve-y.html

EUDEBA! Cuadernos de Frizt Kocher (1904)

http://carmenyamigos.blogspot.com/2011/05/el-paseo-de-robert-walser.html

http://huracanesenpapel.blogspot.com/2010/12/historias-de-robert-walser.html

http://elcresta.blogspot.com/2011/02/poemas-de-robert-walser.html

Poemas.
Robert Walser.
1909. 54 pp [1-54]
Ed. Icaria. Traducción de Carlos Ortega.

En 1909, a los 31 años, Walser publica esta colección de poemas escritos a los largo de nueve años, desde 1898 hasta 1907, es decir, son poemas de juventud. Walser no se prodiga mucho en la poesía a lo largo de su vida, si bien hay que decir que lo hizo con unos buenos resultados.

En esta pequeña colección de poemas se encuentra todos o muchos de los temas que serán recurrentes en toda su obra: la pereza ("quiero sufrir yo mismo el sufrimiento,/ quiero sufrir yo mismo y no parar/ hasta ver libre al pueblo./ Y nunca más postrarme de cansancio./ algo debe ocurrir./ Pero le entró una duda, como un sopor, y dijo:/ casi mejor lo dejo". Y para qué); la naturaleza, los paisajes nevados; la nostalgia ("Igual de grande y honda es mi nostalgia./ Tanta pesadumbre, tanta amenaza:/ hacia ellos debo ir, ya voy llegando." Los árboles); el amor fraternal hacia los hombres; la soledad ("Soy espacio olvidado,/ para un vagar excelso." Demasiado filosófico); la cobardía por actuar ("¿Ahí sigues, cobardía,/ ¿y tú también, mentira?/ Me llega un negro sí:/ ahí sigue la desgracia,/ y yo sigo en el cuarto,/ como siempre." Como siempre); o la nostalgia del hogar que no tuvo ("Siento nostalgia de casa,/ adonde nunca he llegado,/ y no tengo la esperanza/ de alcanzarla alguna vez." Ved).

Buena parte de este poemario revela un alma atormentada y depresiva mucho más claramente que su prosa, o de una manera más explícita, lo cual, quizás, engrandece su prosa, porque se vislumbra lo que hay detrás de toda esa prosa juguetona y de esa ironía, se muestra mucho más ambigua si cabe.

Se podría decir que ese alma atormentada es el fruto de la soledad, que dicha soledad viene dada en parte por una cobardía real del propio carácter, y que, finalmente, es decir, en el principio de todo, se haya esa pereza que tan bien evoca Walser, temas todos ellos, como digo, recurrentes en sus poemas.
"Contra mi corazón desearía,
estrechar fuerte lo más espantoso,
es la angustia mi anhelo,
es el dolor."
(de Angustia)

Estos versos, por ejemplo, revelan cierto patetismo, como en toda su obra, y hasta algo de masoquismo: se contenta sufriendo y hasta lo anhela, quizás anhela sentir.
"También revela un anhelo de quietud:
Qué contento estaría si pudiera
descansar sosegado en algún sitio,
darme el gusto de usar por toda ropa
una paz interior."
(de Quietud)

De todos los poemas, que me han gustado en general mucho, destacaría los más breves, como éste, magnífico, titulado En el margen:
"Yo me hago mi camino,
que lleva cerca y lejos;
sin voz y sin palabra, en el margen estoy."

O éste otro, Al acostarse:
"De nuevo se cumplió:
la tierra está en su pausa más oscura,
ya no quiero hacer más:
que estalle alegremente la nostalgia
durante el día oculta."

O éste, Desengaño:
"Un desengaño no se olvida nunca,
como es inolvidable la gracia de la dicha.
Recuerdo es la nostalgia,
porque es tan infinita,
que no se olvida nunca."

O éste otro, extraordinariamente revelador, Miedos:
"He esperado saludos mucho tiempo,
frases suaves, al menos un sonido.

El miedo no es de voces o tañidos:
penetrar, sólo la niebla penetran.

Un secreto canto en acecho oscuro:
alíviame, pena, el arduo viaje."

Para concluir el poemario con este doloroso El engaño:
"Con las manos cansadas,
con las piernas cansadas,
a tientas por el mundo,
me río de que giren
las paredes, mas miento,
porque estoy llorando."

el blog del cresta: Poemas, de Robert Walser

el blog del cresta: Poemas, de Robert Walser

http://www.pierangelo-boog.com/2010/09/robert-walser-1878-1956.html

Auge y caida de Robert Walser

http://www.allartnews.com/works-on-paper-by-the-iconic-billy-childish-at-l-13-light-industrial-workshop/

http://la-colmena-online.blogspot.com/2011/04/pequenos-fragmentos-grandes-obras.html

1937-http://www.newyorker.com/arts/critics/books/2007/08/06/070806crbo_books_kunkel

viernes, 16 de septiembre de 2011

http://fmaesteban.blogspot.com/2007/12/robert-walser-el-hombre-que-no-estaba.html

Walser o los manotazos del instante>> Vanesa Guerra (fragmento)


2 –Manotazos del instante

Diríase el escritor del éxtasis, y aún el escritor del exceso; un exaltado. Nunca eclipsado en su prosa es uno de los huérfanos de todos los grandes padres. Huérfano generoso en paternidad con Kafka y con todos los hijos de Kafka.
Robert Walser nació en Suiza en el año 1878, un 15 de Abril en Biel, cantón de Berna.
Decir nació no significa que haya encontrado la vida o que la que la vida lo haya encontrado a él. Excepto que aceptemos esta variable: encontró la vida como una sucesión de instantes. Una sucesión de instantes no es una historia y una historia tampoco es una sumatoria de instantes. En todo caso, para acercarnos a una figura que familiarice con esta idea deberíamos remitirnos a Zenón y a una de sus aporías, Aquiles y la Tortuga
¿Por qué Aquiles nunca gana la carrera? ¿porque la tortuga es más veloz? No. ¿Porque Aquiles le dio algunos metros de ventaja? No. ¿Por el talón? (asumimos que tamaña presunción nos desviaría por atroces rodeos psicoanalíticos emparentados con el viejo y fundacional concepto de castración o aún con las consecuencias en su errancia o desestima) Tampoco.
La paradoja reside en aceptar un espacio limitado, medido en metros, pero infinitamente ilimitado entre metro y metro, centímetro y centímetro, milímetro y milímetro… con lo cual, el movimiento no existe en un plano, pero sí existe en otro. Dicho de otra forma, pasar del uno al dos o del dos al tres es sencillamente imposible. El movimiento queda en el uno y en su infinita variación.
Walser paseaba que no significa pasar. [1]
Paseó toda su vida, escribió sus paseos y sus paseos lo escribieron a él y halló la muerte en esa práctica paseandera. En la navidad de 1956, en los alrededores del asilo psiquiátrico que lo hospedaba, alguien encontró el cuerpo de Walser sobre la nieve.[2]
Aceptamos que esa muerte estaba anunciada en su escritura. Varios amantes de la obra coinciden: el preludio a su propio acabar con la vida se anticipa en la novela Los hermanos Tanner[3].
Creeríamos que Walser presentía que morir era una de las posibles formas de pasar.

El movimiento de Walser no es el paseo que alguien daría en una ciudad o en un pueblo, sino la habilidad única de dar dimensiones temporales y espaciales a una imagen con la que se topa y se fascina. En esa clase de imagen el todo nos arropa a la intemperie. Eso el éxtasis. Una suerte extrema de felicidad que pende en quietud sobre el abismo vacuo del desamparo; pende, y sin embargo, la amenaza que caería sobre el corte del hilito fino y frágil no existe. El estado de éxtasis detiene el tiempo para el Yo que lo experimenta, por eso colma y ocupa todo el espacio-tiempo fuera del tiempo-espacio. Este trabalenguas no es más que el intento de mostrar que el estado de éxtasis arroja al Yo fuera de sí, y compone, amasija – amasa- lo amasa-  al mundo que lo rodea. Así el Yo es uno con el mundo; estas fusiones repentinas son sello en la obra de Walser, y aun su máquina de creación. Walser, en lo repentino, se ama en el mundo que descubre y ese mundo lo ama y lo descubre a él. No obstante, algo del Yo está fuera de sí, no queda demorado en la modalidad de la captura, es una suerte de Yo en exilio, en fuga,  Yo en otro tiempo y  con ese fragmento de Yo desgarrado de sí, con ese trozo de Yo, Walser crea, y se re-crea, en el sentido de se re-inventa, del mismo modo que esa mano que se dibuja a sí misma todo el tiempo sin una primera ni última vez. ¿?
Luego, la vida y la escritura.

Entonces, vislumbramos tres ideas posibles:
- Walser se compone fuera de Walser, se engendra fuera de sí.
- El éxtasis en Walser es un modo del amor. Si se quiere, un amor místico. Y en lo místico hallamos ese preciosismo de hacerse objeto prendado del Otro, 
“¡Qué feliz soy de no poder descubrir nada digno de consideración o estima en mi persona!”[4]
- El movimiento, cuyo motor asumimos cómo el éxtasis, es una variación continua de intensidades.


[1] “Yo me había convertido en un interior, y paseaba como por un interior; todo lo exterior se volvió sueño, lo hasta entonces comprendido, incompren-sible. (…) Aquello que entendemos y amamos nos entiende y nos ama también. Yo ya no era yo, era otro, y precisamente por eso otra vez yo.” R. Walser; El Paseo (1917) Siruela, 2001. pág 59.

[2] En otro orden de cosas Severo Sarduy anota: “La nieve crea un silencio particular, una calidad única de silencio, como una textura del vacío.”  Sarduy Severo; Antología , Tibet Sur Seine. Fondo de Cultura Económica; México 2000 pág 48 (Retomaremos esta idea )

[3]María do Cebreiro Rábade Villar, ubica este anuncio en un poema anterior titulado “Nieve”. Ver Notas sin numerar, pág:
[4] Walser Robert, Jacob Von Gunten  (1909) Madrid, Siruela, 2003, pág. 112

http://www.ndpublishing.com/books/WalserMicroscripts.html

Robert Walser
Microscripts 
Bilingual edition, translated and with an Introduction by Susan Bernofsky
Afterword by Walter Benjamin
ISBN 978-0-8112-1880-1; Online Ordering

W.G. Sebald called Robert Walser “a clairvoyant of the small,” and nowhere is the phrase more apt than in his “microscripts.” 

Robert Walser wrote many of his manuscripts in a highly enigmatic, shrunken-down form. These narrow strips of paper (many of them written during his hospitalization in the Waldau sanatorium), covered with tiny ant-like markings only a millimeter or two high, came to light only after the author’s death in 1956.  At first considered a secret code, the microscripts were eventually discovered to be a radically miniaturized form of a German script: a whole story could fit on the back of a business card.  

Microscripts gathers 40 short pieces — stories, poems, fragments, “dramolettes” — in this gorgeously illustrated co-publication with the Christine Burgin Gallery.  Each microscript is reproduced in full color in its original form: the detached cover of a trashy crime novel, a disappointing telegram, the inside of a soap wrapper. Schnapps, rotten husbands, small-town life, the radio, pigs (and how none of us can deny being one), jealousy, Van Gogh and marriage proposals are some of Walser’s subjects.  These texts take strength from Walser’s motto: “To be small and to stay small.”

“One of the profoundest products of modern literature.”     
—Walter Benjamin

“Incredibly interesting and beautiful.”     
—John Ashbery

“[These] painstakingly transcribed texts brought to light some of Walser’s most beautiful and haunting writing . . . .  The incredible shrinking writer is a major 20th-century prose artist who, for all that the modern world seems to have passed him by, fulfills the modern criterion: he sounds like nobody else.” 
—Benjamin Kunkel, The New Yorker
http://htmlimg1.scribdassets.com/j9rti2ueyvn9v0g/images/1-65d11c02a2/000.jpg

http://goldenrulejones.com/walser/

Wandering with Robert Walser

A project dedicated to Swiss author Robert Walser (1878-1956)

Edgar Borges

http://www.letralia.com/251/letras07.htm

cuando no es Siruela!

Susan Sontag La voz de Walser Susan Sontag

"Robert Walser es uno de los más importantes escritores en lengua alemana del siglo XX; un escritor fundamental (...) Sus virtudes son las del arte mas maduro, más civilizado. Es en verdad un escritor maravilloso, desgarrador"


La voz de Walser
Por Susan Sontag
1994


 Robert Walser es uno de los más importantes escritores en lengua alemana del siglo XX; un escritor fundamental, tanto por las cuatro novelas que se conservan (mi favorita es la tercera, escrita en 1908, Jakob von Gunten) como por su prosa breve, en la cual la musicalidad y la caída libre de su escritura están menos obstruidas por la trama. Todo el que pretenda presentar a Walser a un público pendiente de su descubrimiento tiene a su disposición todo un arsenal de espléndidas comparaciones. Un Paul Klee en prosa; tan delicado, tan astuto, tan obsesionado. Un cruce entre Stevie Smith y Beckett: un Beckett jovial, dulce. Y, a medida que el presente de la literatura inevitablemente rehace su pretérito, no podemos evitar sino tener a Walser por el eslabón perdido entre Kleist y Kafka, que lo admiraba profundamente. (En aquel tiempo era más probable que Kafka fuera visto a través del prisma de Walser. Robert Musil, otro admirador entre sus contemporáneos, después de leer a Kafka dictaminó que era «un caso peculiar del tipo Walser»). Gozo de una ráfaga de placer semejante en la prosa breve y en primera persona de Walser a la del Leopardi de los diálogos y pasos, esa triunfal forma de prosa breve del gran escritor. Y la diversidad de climas mentales en los cuentos y apuntes de Walser, su elegancia y su extensión impredecible me recuerdan las formas libres en primera persona que abundan en la literatura clásica japonesa: el libro de la almohada, el diario poético, las «ocurrencias de un ocioso». Pero todo verdadero amante de Walser querrá desechar la red de comparaciones que se puede arrojar sobre su obra. Tanto en la prosa larga como en la corta, Walser es un miniaturista que promulga las reivindicaciones de lo antiheroico, lo limitado, lo humilde, lo pequeño; como si respondiera a su punzante sentimiento por lo interminable. La vida de Walser ilustra la agitación de una clase de temperamento depresivo; padecía la depresiva fascinación por el estancamiento y por el modo como el tiempo se dilata, se consume, y pasó buena parte de su vida convirtiendo obsesivamente el tiempo en espacio: sus paseos. Su obra juega con la consternada visión deprimente de lo interminable: todo es la voz; cavilaciones, conversaciones, divagaciones, añadiduras. Lo importante se redime como una especie de lo no importante, la sabiduría es una suerte de tímida, animosa locuacidad. El fondo moral del arte de Walser es su rechazo al poder, a la dominación. Soy común —es decir, nadie—, afirma el personaje característico de Walser. En «Días de flores» (1911) evoca la raza de «la gente extraña, que carece de carácter», que no quiere hacer nada. El «yo» recurrente de la prosa de Walser es el opuesto al del egotista: es el de alguien que «se ahoga en la obediencia». Se conoce la repugnancia que Walser sentía por el éxito; el prodigioso espectro del fracaso que fue su vida. En «Kienast» (1917), Walser describe «a un hombre que nada quería tener que ver con nada». Este no hacedor era, por supuesto, un orgulloso escritor de producción formidable que ocultaba obras, buena parte escritas en su pasmosa microescritura, sin pausa. Lo que dice Walser sobre la inacción, la renuncia al esfuerzo, la naturalidad, es un programa, antirromántico en efecto, de la actividad del artista. En «Una pequeña excursión» (1914) observa: «No necesitamos ver nada fuera de lo común. Ya vemos demasiado». Walser a menudo escribe, desde el punto de vista de una víctima, sobre la imaginación visionaria romántica. «Kleist en Thun» (1913), un autorretrato y un recorrido autorizado por el paisaje mental del genio romántico condenado al suicidio, describe el precipicio al borde del cual vivía Walser. El último párrafo, con sus modulaciones extremadas, sella la crónica de una ruina mental tan magnífica como ninguna otra que yo conozca en la literatura. Pero la mayor parte de sus cuentos y esbozos traen la conciencia de vuelta del precipicio. Sólo está gozando de «su momento de amable y cortés diversión», Walser nos tranquiliza, en «Nervioso» (1916), hablando en primera persona. «Quejas, quejas, hay que tenerlas, y hay que tener el valor de vivir con ellas. Es la mejor manera de vivir. Nadie debería tener miedo a un poco de extravagancia». El más largo de los cuentos, «El paseo» (1917), identifica la caminata con una movilidad lírica y el desprendimiento del temperamento, con sus «raptos de libertad»: la oscuridad sólo llega al final. El arte de Walser asume la depresión y el terror, a fin de aceptarlos (casi siempre); ironizarlos, aligerarlos. Se trata de jubilosos y sombríos soliloquios sobre la relación con la gravedad, en ambos sentidos, física y caracteriológica: escritura antigravitacional, que loa el movimiento y la mudanza, la ingravidez; retratos de la conciencia de paseo por el mundo, saboreando su «bocado de vida», radiante en su desesperación. En las ficciones de Walser siempre estamos (como en buena parte del arte moderno) en el seno de una mente, pero este universo —y esta desesperación— es todo menos solipsista. Está lleno de compasión: conciencia de la criaturidad de la vida, de la hermandad de la tristeza. «¿En qué clase de personas estoy pensando?», se pregunta la voz de Walser en «Una suerte de habla» (1925). «¿En mí, en ti, en todas nuestras pequeñas tiranías teatrales, en las libertades que no lo son, en las no libertades que no se toman en serio, en estos destructores que nunca dejan pasar la ocasión de bromear, en la gente que está desolada?». Los signos de interrogación que enmarcan la respuesta son una típica cortesía de Walser. Sus virtudes son las del arte más maduro, más civilizado. Es en verdad un escritor maravilloso, desgarrador. [1994]

libro >
Cuestion de énfasis //Susan Sontag
Penguin Random House Grupo Editorial España2011

http://diaryofathirtysomethingartdealer.blogspot.com/

Robert Walser: un nómade en la nieve


Robert Walser: un nómade en la nieve

Por matias serra bradford
24.12.2006

Mañana se cumplen 50 años de la muerte del novelista, poeta y ensayista suizo, autor de clásicos secretos como “Jakob van Gunten”, “Los hermanos Tanner” y “El paseo”. Aprendiz de bancario y mayordomo, actor amateur, copista en una editorial, bibliotecario auxiliar y periodista infatigable, confesaba que sólo podía escribir cuando estaba “ocupado al grado máximo en estar desocupado”. Pasó los últimos veinte años de su vida en un hospicio y produjo buena parte de su obra –venerada por Kafka, Hesse, Musil, Benjamin y Canetti, entre otros– en lápiz, en manuscritos microscópicos, codificados, llamados más tarde microgramas.



Sin rumbo. Tanto su vida como su obra giraron en torno de un tema: el errar. Y al mandato de, sobre todas las cosas, pasar inadvertido.

Foto:
CEDOC Perfil



Uno de esos pequeños pájaros que fastidian a un búho el día entero, para que su enemigo se mantenga despierto y por la noche no pueda cazar a los de su especie. Algo en esta historia natural nos habla de Robert Walser, de sus tentativas por intranquilizar y hasta irritar a los que “carecen por completo de una relación fortuita con la vida de todos los días... los que creen en los famosos pero no en sí mismos”. Casi imperceptible, tenaz, algo nos susurra acerca de Walser y del arte de descolocar al lector o, dicho aparatosamente, de desactivar la frigidez de lo demasiado real.
La indecente puntualidad de un aniversario complota contra la irreverencia de este autodidacta suizo hacia la terquedad del tiempo y contra su devoción por los trances del espacio. Hoy, Walser tiene status de figura de canje en la mesa internacional de las reapropiaciones. Un santo patrono con estampita para los conversos. Hombre de saco, sombrero y paraguas cerrado, muerto en la nieve el día de Navidad: el negativo de una postal suiza. Pero por fortuna el mejor adversario de esa sagrada investidura es Walser mismo, sus escritos, su voz en tránsito. Con parejo sentido de la ocasión, nació en Biel en 1878, el séptimo de ocho hermanos, ninguno de los cuales tuvo hijos. El derrumbe económico de la familia le impidió terminar sus estudios secundarios. Fue aprendiz de bancario y de mayordomo, actor amateur, copista en una editorial, bibliotecario auxiliar y periodista infatigable: “Los editores hacen bien en tener autores que también sean otra cosa en la vida”. Además de su ciudad natal, vivió en Zurich, Berlín, Munich y Berna. No se le conoció, como se simplifica en estos casos, ninguna mujer. Entre sus héroes se cuentan Adalbert Stifter, Joseph von Eichendorff, Gottfried Keller, Georg Büchner y Heinrich Von Kleist: “Nunca estuve celoso de los clásicos. En cambio sí lo estuve de escritores de segundo rango”.
Paseante solitario. Si forzamos levemente las cosas, caminar podría entenderse como una tradición –patentada en el vocablo Wanderlust– de la que se apropió la literatura en lengua alemana, tradición tan rumbosa como las distancias cubiertas en un día por alguno de sus practicantes, del Wilhem Meister de Goethe a Nietszche o Werner Herzog. Pocos parecen haber necesitado olvidarse de sí mismos como los escritores de lengua alemana. En cambio, para los ingleses –Patrick Leigh Fermor, Eric Newby, Alan Booth– caminar ha significado huir de la falta de improvisación meteorológica de un país. Más presumidos, o menos atormentados, los ingleses simulan al menos estar más a gusto consigo mismos. El que escribe en alemán exige perderse, perder pie –como en el agua– para encontrar la mano. Dicho de otro modo, hacer vacío, cederle el lugar al relato, demorarse en lo mínimo, lo superfluo, lo inconsistente, lo efímero: gusano, árbol, nube, caracol, niño. (Para en la expedición descubrir, acaso, que en la infancia lo que más quiere un niño no es andar sino que lo trasladen o, si es varón, manejar.) Caminar como ejercicio de videncia y desposesión. Llegar a destiempo como medida preventiva. Acudir a la atención como traductora simultánea: “Los caminantes se apoyan una fracción de segundo en una sola pierna.” Para Walser, vagar equivale a “progresar profesionalmente”. Esos largos paseos no responden a lo que Ian Hacking calificó como dromomanía, automatismo ambulatorio o locura circular. En Walser se trata, más bien, de una vuelta alrededor de un tema único: errar. Una fuga breve para ocasionar una crónica diaria, tocada, como en esos otros peatones idos, Charles Lamb y Thomas de Quincey. Y de la obediencia a un mandato helvético: pasar y pasar inadvertido.
Según este alpinista a ras del suelo, lustrar zapatos era una tarea efectiva para calmar los nervios en vistas a “borrarse a sí mismo”. Al escritor huidizo que fondea valles y bosques parece envolverlo una rara inmunidad, una capa sobre sus hombros que habilita la desenvoltura absoluta, agente de invisibilidad y enseguida, de desaparición. Notas al pie de un ausente crónico: “El estilo es una suerte de conducta.” Robert Walser convierte la obstinación, la manía, en leitmotiv. Una tarea de hormiga inducida por una autenticidad y necesidad que ya no se reclaman para las artes: “Sacrificar la propia dicha y, quizá por eso mismo, recuperarla”.

El pie y la letra. Robert Walser avanza sobre una cuerda floja, extendida sobre la tierra, kilómetros y kilómetros, detrás de una respuesta a uno de los enigmas de la escritura: cómo dejarse llevar. Cómo hacer correr el lápiz, alentar lo aleatorio, la digresión providencial. El protagonista de las prosas breves de Walser es casi siempre un escritor, la puesta en escena de un narrador que se lanza al capricho de las horas. Una figura muy en primer plano y a la vez de contornos tenues: un aparecido. Tal vez sea esto lo que más hipnotiza de Walser, el trato que se depara a sí mismo, el trayecto de la neurosis a la gracia.
Ya lo apuntaba Kafka, la confesión y el engaño resultan lo mismo, ya que “uno sólo puede comunicar lo que no es, es decir, una mentira”. Basta asomarse a alguna línea de El ayudante para tropezarse con gloriosas elipsis, precipicios de sentido: la negativa, en suma, a cuidar las formas. Inevitable que esto acarree resultados desparejos, pero ¿se puede hablar de irregularidad en un acróbata como Walser? Si es problemático –penoso– definir el júbilo que entrega, se debe a que su obra es de las que cuestionan cómo somos como lectores. Otra vez Kafka en su defensa: “¿Acaso su Simon Tanner no vagabundea, nadando en la felicidad, para no producir nada, a no ser el goce del lector?”.
Las de Walser son observaciones de desocupado, de penitente flamígero que funciona fuera del sistema. Nada más cuidadosamente improductivo que la distracción. Pero en Walser la incuria está llevada al nivel de arte mayor: sólo cuando está “ocupado al grado máximo” en “estar desocupado” puede escribir. Su primer libro, Los cuadernos de Fritz Kocher, definía la composición escolar como modus operandi predilecto. Se trata de fantasías, en un sentido colegial y musical, que precisa esta suerte de encíclica walseriana: “Mis piezas en prosa no son sino partes de una larga historia realista desprovista de argumento. Los bosquejos que produzco una y otra vez son capítulos de una novela más o menos extensos”.
Las frases de quienes hablaron de Walser nos llegan igual que esos papelitos ocultos con indicaciones minúsculas que nos guían en una búsqueda del tesoro cuyo premio, por soñado, nos obnubila. Y no es difícil hallarlas. Susan Sontag lo consideraba una mezcla de Beckett y Stevie Smith. Hablando de la impecable caligrafía de Walser, el recién venido J. M. Coetzee nos recuerda que “a mediados de su tercera década, Walser empezó a sufrir calambres, psicosomáticos, en la mano derecha que le atribuyó a una animosidad inconsciente hacia la lapicera como instrumento. Logró superarlos pasándose al lápiz”. La clave está en lo que el lápiz hizo posible: entrar en ritmo y atenerse a las consecuencias. La miniaturización de lo visible, la intoxicación del pulso: “Al suave viento del Este, colgado de la robusta rama de un roble, un gran duque que se había ahorcado agitaba los pies luchando por abandonar el reino de la absoluta certidumbre”.
Así maquinan estos manuscritos microscópicos, codificados, rebautizados microgramas, que Walser cultivó como “el territorio del lápiz”. Escritura milimétrica, cuneiforme, poblando decenas de cuartillas sueltas, calendarios, cartas, diarios, papel de embalar, ningún margen desaprovechado: “Castillos como el de Mon Repos dormitan en una cabeza, la mía, poco dada a renovarse”. En frío, el autor de La habitación del poeta pasaba las hojas en limpio, en tinta, y las entregaba al diario. Hoy ocupan seis volúmenes en alemán y serán tres en castellano. W.G. Sebald los calificó de “archivos de una verdadera emigración interior”. Los motivos para adoptar semejante código pueden variar: susceptibilidad al ojo ajeno, voluntad de producir taquigráficamente, urgencia de custodiar la fragilidad cerebral: “Siempre hay razones para guardar silencio”.

Walser, en blanco. Encerrado por voluntad del director del asilo de Herisau, que se obstinaba en considerarlo un desquiciado, pero también porque no había quien pudiera o quisiera ocuparse, Carl Seelig pasaba a buscar a Walser una y otra vez y paseó con el autor de El bandido de 1936 hasta su muerte en 1956. “No vine acá para escribir, vine acá para estar loco”, puntualizaba en el hospicio. Pero se lo veía borronear apuntes a escondidas. Si evitaba en lo posible regresar a la escritura era para no reencontrarse con su doble en ese estado de precariedad psíquica. Recluido, a Walser le pasaba como a Jakob: “Desde que estoy en el Instituto Benjamenta he logrado convertirme en un misterio para mí mismo”. Se lo veía jugar al billar a solas, su mente resistiéndose a la pendiente alpina: “Secretamente considera feliz sólo al hombre que es inconsolable: natural y poderosamente inconsolable”. En un texto titulado Sacher-Masoch, dice de este autor: “Su destino quiere que su propia escritura se burle de él”. A la luz de estas citas, habría que preguntarse por la presunta candidez de Walser, mitificada, como en Felisberto Hernández, hasta el hartazgo.
Ese implacable apóstata del clero literario, Elías Canetti, plantó el dedo en la herida: “Cada escritor que ha logrado un nombre para sí mismo y se afirma en ese nombre sabe muy bien que por esta razón ya no es más un escritor, ya que administra posiciones como un súbdito. Pero he conocido gente que eran escritores tan puros y completos que simplemente no podían tener éxito en lo suyo... El escritor que sabe que eran más puros que él no soporta tenerlos a su alrededor por demasiado tiempo, pero está ciertamente preparado para venerarlos en el asilo”. Siempre atento a ese malicioso plano inclinado llamado prestigio, adquirido a veces por ósmosis, como cuando un autor, copa en mano, arrima su nombre al de otro, sin parpadear, Canetti vuelve a detonar un cartucho: “Me pregunto si hay, entre todos los que construyen sus vidas académicas seguras, placenteras y lineales sobre la vida de un escritor que vivió en la pobreza y la desesperación, al menos uno que esté avergonzado.” La revancha de Walser está en su deferencia, su fraseo, su rarísima percepción: “Hay algo casi malicioso en no odiar nada”.
¿Bailamos un Walser? Dice Kafka de Walser: “Es una carrera muy pobre, pero sólo una carrera así trae al mundo la luz que un escritor imperfecto pero muy bueno quiere generar”. Más tarde, Adorno sugería que Kafka y Walser habían inventado un subgénero, “la novela de detectives, en la que los criminales no logran ser expuestos.” También el austríaco Peter Handke rompió lanzas por Walser: “En el albergue del barrio aparecieron tres jóvenes: una era enana, otra enorme, muy gorda, y la última muy delgada. Fumaban las tres. La enana y la gorda hablaban muy fuerte, saludaban y reían. La tercera, bella, era tímida. (A veces en el mundo se siente y se reencuentra a Robert Walser.)”
Si seguimos estudiando una voz, será porque nuestro gusto coincide con el hueso de esa voz, aunque no sepamos en ese momento que la propia voz está afinando y aun creando nuestro gusto. Misterio. La debilidad por su obra, en doble fidelidad hacia Walser y hacia la naturaleza del gusto, parece funcionar de un modo irracional. Lo anticipaba el autor de El ayudante: “Entender algo plenamente puede, a veces, significar perderlo todo otra vez”. Ya se ha dicho, páginas y páginas de tacto, circunspección, espléndida ineptitud. El dúctil anacronismo de su prosa lo presenta hoy como un espantapájaros en la era de biplanos que fumigan desde el aire. Mientras tanto, el lector se deja fotografiar en la carpa de la feria y “los copos murmuran toda clase de cosas”. Se ha interrumpido el servicio de trenes y el regreso será a pie. La insolación hace de nuestros trópicos un lugar casi inhabitable, cuya originalidad más sutil consiste en obsequiar a sus vecinos con una, y otra, y otra, Navidad sin nieve.

del blog La escuela de los domingos por Daniel Dominguez

Celebración

Robert Walser

No se me ocurre mejor manera de celebrar este día que vi amanecer, mientras daba un largo paseo por el libro de arena del Vilar, que traer aquí un texto breve -y maravilloso- de Robert Walser, mi paseante favorito. Lo primero que leí al despertarme, como aquel que dice para bendecir las primeras luces del día, el primer texto, la primera página de Vida de poeta, esa gavilla de prosas breves que tanto le gustaban a Kafka -y tanto le gustan a Cheché Carmona-; una pieza que leí por primera vez en Lisboa, junto al Tajo -que allí dicen Tejo- en compañía de Ángeles, y que, tras escucharlo, ella tituló "un racimo de adjetivos que ríen". Se titula De un poeta:

Un poeta se inclina sobre sus poemas: ha hecho veinte. Pasa una página tras otra y descubre que cada poema despierta en él un sentimiento muy particular. Se devana penosamente los sesos tratando de averiguar qué es lo que planea por encima o en torno a sus poesías. Presiona, mas no sale nada, golpea, mas no logra sacar nada, tira, pero todo sigue tal cual, es decir, oscuro. Se apoya sobre el libro abierto entre sus brazos cruzados y rompe a llorar. Yo, en cambio, el pícaro autor, me inclino ahora sobre su obra y descubro con infinita indeliberación en qué consiste el problema. Se trata simple y llanamente de veinte poemas, uno de los cuales es sencillo, otro pomposo, otro mágico, otro aburrido, otro conmovedor, otro delicioso, otro infantil, otro muy malo, otro bestial, otro inhibido, otro ilícito, otro incomprensible, otro repugnante, otro encantador, otro comedido, otro extraordinario, otro esmerado, otro abyecto, otro pobre, otro inefable y otro que ya no puede ser nada más, porque sólo son veinte poemas distintos que en mi boca han encontrado una valoración, si no precisamente justa, al menos rápida, lo que para mí supone siempre el mínimo esfuerzo. Una cosa es, sin embargo, segura: el poeta que los escribió aún sigue llorando, inclinado sobre el libro; el sol brilla encima de él; y mi risa es el viento que corre impetuoso y frío entre sus cabellos.

Alguien dijo que Walser era el más solitario de los escritores solitarios. El paseante solitario se titula el texto que escribió W. G. Sebald -otro de mis fronterizos de cabecera- en recuerdo de Robert Walser. He aquí un fragmento:

"No tuvo casa jamás, ni una vivienda duradera, ni un solo mueble y, en su guardarropa, en el mejor de los casos, un traje bueno y otro menos bueno. De lo que necesita un escritor para ejercer su oficio no tenía casi nada que pudiera llamar propio. Libros no poseía, según creo; ni siquiera los que él mismo había escrito. Los que leía eran casi siempre prestados. Hasta el papel de escribir del que se servía era de segunda mano. Y al igual que toda su vida vivió sin posesiones materiales, también permaneció apartado de los hombres".


Si no fuera por Carl Seelig, su recuerdo habría desaparecido como desaparecieron sus últimas huellas bajo la nieve cerca del manicomio de Herisau aquella navidad de 1956.


Los rastros de su vida -más allá de lo evocado por Seelig en sus Paseos con Robert Walser- son tan fragmentarios y lejanos que -en palabras de Sebald- realmente no se puede hablar de una historia o de una biografía, sino de una leyenda. Alguien lo recuerda leyendo de pie, en un rincón de Herisau una novela de Julio Verne.


Cercado por las sombras, escribe con letra microscópica prosas como relámpagos o lluvia de mayo. En los despeñaderos de la desesperación esculpió los más puros cristales del humor. Y cuando ya no pudo escribir, Walser se alegró con la risa de los niños, el escorzo de una muchacha o una cerveza en una taberna a la vera del camino. Había mucho que ver y razones sobradas para la celebración.