viernes, 26 de agosto de 2022

Fragmentos Caminantes, de Edgardo Scott Ediciones Godot (2017)

 

Fragmentos Caminantes, de Edgardo Scott

Ediciones Godot (2017)



“Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle”. Así empieza El paseo, de Robert Walser. En esas líneas ya están las coordenadas, la estructura de la definición del paseo. El paseante es el hombre que abandona la causa, su causa —por un rato, para siempre—, renuncia a la fricción y los esmeros para olvidarse de sí, para perderse en el mundo. Para entrar o volver a la existencia. El sueño, la pesadilla, y sobre todo el gesto de Rimbaud, cuando se aleja de París y la poesía (o, más discreto, el de Elizabeth Bishop yendo a Brasil por dos semanas y quedándose por amor quince años). Convertir la palabra en acto y los actos en existencia. Entonces sí, entonces se entra en un “estado de ánimo romántico[1]extravagante”, dirá Walser, en el que “todo lo que veía me daba la agradable impresión de cordialidad, bondad y juventud”. ¿Cómo es posible? ¿Hay una identificación, un reconocimiento absoluto con el mundo? ¿Un puente perfecto con el día? Walser mismo, cerca del final, añade y aclara: “yo me había convertido en un interior, y paseaba como por un interior; todo lo exterior se volvió sueño, lo hasta entonces comprendido, incomprensible”. El paseante de Walser no es un introspectivo, no es, mucho menos, un observador. En verdad, ha logrado la alquimia de las imágenes. Sus imágenes interiores ya son exteriores y viceversa. Ha negado, rechazado al mundo, nada lo interpela ni conmueve; lo ha trascendido. Nada lo toca, podría decirse. No hay conmoción interior o, al revés, todo ya está conmovido y el mundo nada puede agregar en su intercambio. Por eso ocurre, por supuesto, un efecto y un desorden parecido al delirio. Un delirio amable, no desesperado. Y por eso el paseante camina iluminado y feliz. Como un avión sobre las nubes, al que ninguna tormenta lo alcanza.

Pero están los otros paseos de Walser. Vida y literatura. Porque en 1929, con 51 años, un poco por propia voluntad, un poco por consejo de su hermana Lisa, Walser ingresó primero en el sanatorio de Waldau, cerca de Berna, para unos años después ser trasladado a su domicilio definitivo, el manicomio y asilo de su cantón natal, en Herisau. Allí vivirá todavía por veintitrés años más. Y allí lo empezará a frecuentar el bondadoso crítico, escritor y filántropo Carl Seelig, admirador de Walser, quien tras la muerte de la hermana de Walser será su tutor y lo llevará a dar, a lo largo de veinte años, los famosos Paseos con Robert Walser, el único y precioso documento biográfico de la palabra del genio suizo. Dos o tres veces al año, Seelig lo visitará y lo llevará a dar un paseo. Caminarán, conversarán, disfrutarán de la comida y la bebida. Hacia el atardecer y acompañado por Seelig, Walser volverá al sanatorio. Seelig será su único contacto con el mundo. El único y último lazo, mientras su salud empieza a sufrir las incomodidades de la vejez.

En la navidad de 1956, exactamente el veinticinco de diciembre, después de almorzar, Walser se abriga y sale solo a la nieve a dar un paseo. “El caminante solitario aspira a pleno pulmón el claro aire invernal”, escribirá Seelig. Walser avanza, sube y baja las ondulaciones del terreno, se lo presume feliz y agitado. Hasta que de pronto se detiene, se le aflojan las piernas, y cae de espaldas. Se lleva la mano al corazón. Muere enseguida. Lo encontrarán dos niños y alguien tomará una fotografía célebre y obscena del cuerpo del poeta tendido sobre la nieve, con su sombrero un poco más allá. El último paseo de Walser fue un presentimiento y una decisión. Para morir en sus términos, para no morir como un loco o un enfermo cualquiera, en una cama cualquiera, adentro de los muros de cualquier manicomio. Prefirió salir y tomar una última bocanada, e intentar cruzar el congelado Leteo. Tratándose de Walser, tal vez lo haya conseguido.














martes, 7 de junio de 2022

Delicioso film de los hermanos Quay basado en la novela Jacob von Gunten de Robert Walser.

Institute Benjamenta 

Brothers  Quay

UK 1995














Institute Benjamenta or This Dream People Call Human Life 

Compilado.

y otrxs plataformas candorosas a las que Dr Elephant saluda.


Parroquiales: Como el film no está disponible on line y tampoco se encuentra a la venta (los memoriosos recordarán que lo habíamos subido y compartido en su momento) volvimos como la mula al máiz y fuimos recomponiendo una suerte de rompecabezas. 

Acercamos esta vez enlaces a fragmentos de Instituo Benjamenta o ese sueño que los humanos llaman vida.

:)

Ficha

Institute Benjamenta, or This Dream People Call Human Life (1995)
Ce qu'on appelle la vie humaine (France)
Institut Benjamenta oder Dieser Traum, den man menschliches Leben nennt (Germany)
Directed by Stephen Quay, Timothy Quay
Original Music by Lech Jankowski
Starring Mark Rylance, Alice Krige, Gottfried John
Jakob von Gunten arrives at the Institute Benjamenta, a training school for domestic service, to enroll for its course--a single endlessly repeated lesson. He develops an unresolved and unarticulated attraction to the principal's beautiful wife, while attempting to penetrate the physical and mystical aspects of the Benjamenta's school.
Release Date: 23 August 1996 (USA)
Production Co: Image Forum, Koninck Studios, Pandora Filmproduktion








Video 1
https://mubi.com/es/films/institute-benjamenta-or-this-dream-people-call-human-life/trailer

Video 2
Can you hear me




Video 2

Video 3

Video 4
https://dai.ly/xgp7hc

Trailer








MUSICA DEL FILM <3




+INFO

https://mubi.com/es/films/institute-benjamenta-or-this-dream-people-call-human-life

https://366weirdmovies.com/institute-benjamenta-or-this-dream-people-call-human-life-1995/

https://www.facebook.com/Institute-Benjamenta-or-This-Dream-We-Call-Human-Life-152266375757/


jueves, 25 de julio de 2019



23 julio, 2019 para Revista Carapachay o la Guerrilla del junco **


Walser, traductor del limbo 
-fragmentos por Vanesa Guerra
*








Pero ¿qué tiene usted que es capaz de soportarse?
En una palabra y sin tapujos: ¿es usted humano?
Robert Walser

Hay en Walser una voz irrefrenable que habla sin parar, voz irreparable de la cual nunca se ha corrido, porque es una voz que lo corre, lo corre hasta corroerlo, pero nunca lo suficiente, es una voz que no calla pero nada dice; una voz que no calla y nada dice ¿qué provoca cuando toca el cuerpo?–ay, él quiere callar a esa voz, hay una lengua que no se entiende con el cuerpo, parece un grito, un ruido no humano (él quiere callarla), se arrojaría por una ventana, ahora mismo se está colgando de una lámpara y el nudo de la corbata no lo sostiene, su cuerpo y sus manos no aciertan a construir un nudo -los nudos son tan simbólicos, no vayan a creer que cualquiera anuda potencia para suicidarse, hay suicidios imposibles, son los peores, son los que te atan de pies y manos, no se confundan, cierta forma del suicidio nos convierte en zombis, otras en algo que huye, huye sin saber adónde; Walser está corriendo por la noche, grita, grita con una boca que no reconoce, podría ser la boca de cualquiera, la de un perro, la de la luna, la de los niños que asustó con una rama en alto esta mañana, y eriza en sus corridas la tierra, son garabatos no caminos ni derrapes la tierra que pisa, todo su cuerpo es una pluma estertórea que traza jeroglíficos sobre la nieve en los bosques; y a vuelo de pájaro, sabremos que ese cuerpo es violentado por la voz, zamarreado, -y nosotrxs leeremos la voz a través de él, como si fuese Walser un médium.

Dicen que andaba diciendo: hay que callar, es bueno callar, uno también calla un poco. Antes del psiquiátrico de Herisau, antes de zambullirse en el silencio, antes de trocar para siempre su escritura por el sinfín de los paseos, Walser se había vuelto microgramático, consecuencia de una crisis con su herramienta diaria, la pluma; dijo que la mano se le desgarraba, que era una mano inútil, y que más inútil era la pluma, rígida, inmóvil, que acalambraba los párrafos, que impedía guirnaldas lingüísticas. Era imposible y doloroso seguirle el paso febril a esa cabeza; las voces imponían sus gritos durante la madrugada, luego la vivencia atroz ganaba la escena y empujaba el día al desamparo o al desborde de amor, entonces, él y su escritura, estallaban en un arrebato, un éxtasis, un fuera de sí: ése es el hombre sólo, el que camina ligero, a la intemperie de su cuerpo, camina como piensa, piensa como escribe, escribe como camina; a diario se entrega a trayectos insólitos mentales y físicos. En un par de horas Ginebra-Berna. Lo hace a pie. Cierto modo de la velocidad no permite huella: se va en el aire, no admite marca: va sin cuerpo, ese vértigo es una verdadera virgen, una madona colosal, una vida inmaculada; así su obra: la prosa se desvanece al ser leída, seres e historia tienen la virtud de evaporarse, nunca se sabe con certeza qué, cuándo y dónde se está leyendo.
*
La crisis lo obligó al sistema del lápiz, metódica que el llamó lapizura y que le permitió manejar un tiempo y un espacio diferente, retozón, algo que lo frenaba ante esa caída abisal de loca felicidad sin destinatario. De modo, que su letra comenzó un camino de ida, fue miniaturizándose para buscar anclaje: Walser crea y aun reescribe lo escrito, copia sus borradores, copia y recopia como si fuera un modo de ejercer memoria (porque Walser anda por la vida como sin historia, todo se le deshace en el camino, es un extasiado, un hombre tomado por el puro presente, un ser que habita el instante) entonces ejerce esa forma precaria de la memoria, de la construcción de una memoria, y lo hace en soportes de papel minúsculos, escribe en sobres usados, papeluchos, trozos de revistas viejas. Busca marcos, los textos tienen el tamaño o la duración que acota el papel; busca medida: producir una huella, algo que no se disuelva en el aire o en la llamarada del éxtasis. Su última letra era a simple vista ilegible, sistemática y bella, trazos milimétricos, tramas polisémicas, un cifrado real, parte de su universo estaba allí plasmado, lanzado a una posibilidad fuera de su tempo. Al respecto de su lapizura un día expresó: me parecía que así me curaba. Y se dio a esa práctica como quien se entrega a la ingeniería de un mándala. Entre los primeros microgramas, la novela El bandido se descubre; ahí lo encontramos entrado en su esplendor, o como indicara Agamben, en su experimento, el de poner en entredicho la propia condición humana. Y lo que pone en entredicho es el modo de concebir el tiempo y el modo de concebir el espacio. Su prosa se expande sin solución de continuidad, implosiona, va colmada de ombligos que fugan al infinito. Los personajes no son de este mundo, refieren al limbo, responden a otras reglas, son felices, más que felices, viven bajo el desamparo de un Dios que no se ha dejado conocer. Quizá por eso Benjamín escribió son personajes que pasaron por la demencia y por eso siguen siendo de una superficialidad desgarradora, inhumana, imperturbable… nos regocijan e inquietan porque están todos curados.
*
Como esas cartas que han quedado sin destinatario, o aun como Bartleby que encarna esa ningunidad, Walser no tiene a quien dirigirse, porque está perdido de sí, su soledad es estar sin él, se ha abandonado desde el inicio, eso es estar solo, como sólo son los lugares desangelados, ¿lo han sentido? es lo más parecido a un no-lugar, algo indeseable, algo que expulsó el hálito que hospeda. Lo primario en Walser está desangelado, por eso anda por afuera de sí, anda como sin lengua materna, como sin cuerpo que lo cobije, como con lengua prestada: cuerpo andariego y pata de perro siempre en fuga, precipitado, corriéndole adelante como la Tortuga a Aquiles. Semejante alma a gatas vuelve, a gatas va. Por eso, aunque camine y camine no puede llegar a él; otrxs, la mayoría de los otrxs, hasta en un calambre se encuentran, hasta en el dolor de una ampollita que infló como globo rojo el dedo gordo del pie, otrxs se encuentran una mañana, una de niebla, una soleada, y se dan un abrazo como quien retorna a un viejo amor o como quien llega a un nuevo amor y saben, creen saber, que han regresado a casa o encontrado su casa por fin; pero no, no hay destino en Walser (ni reencuentro, ni destino) no hay posibilidad, no hay eso que hace para una mayoría creer que en algún momento, más allá de la amenaza que cae día a día sobre todas las cosas, tocarán la felicidad -apenitas con los ojos más no sea- de ser lo que creen que son.

*

En ese pasearse in-sustancioso de acontecer en acontecer, se hilvana apenas cuerpo, lengua y cosas del mundo, y con ese atuendo de olvido, que es piel y es hueso, Walser, ser del instante, va un poco más a resguardo; en ese levitar los días, en esa insustancialidad que le rodea y lo sustrae, él deviene muchacho del limbo y la lengua que nos habla su letra traduce y nos acerca la experiencia inefable del viaje permanente que pocos viajan. 

*del libro Walser, traductor del limbo.
un ensayo- Vanesa Guerra
Editorial Bajo La Luna, 2017. Argentina

Otras publicaciones de la autora: La sombra del animal. Relatos. Bajo la luna 2008. Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo. Novela. Editorial Bajo La Luna, 2012. Síndrome del montón. Novela. Tren en movimiento ediciones 2016// De próxima aparición: La lengua del desierto. Ensayo. Editorial Buena Vista.

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Foto: Matías Monge
** Texto publicado originalmente en Revista Carapachay número 10 -2019

Matías Monge en Carapachay > https://revistacarapachay.com/2019/07/23/2592/

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http://www.bajolaluna.com/producto/walser-traductor-del-limbo/

> publicado por dr.elephant


martes, 25 de septiembre de 2018


La Lengua del desierto


Aquí una primera entrada del próximo libro La lengua del desierto, Buena Vista editora, Córdoba 


El texto fue publicado en Espacio Murena a inicio de Julio 2018

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La vida me llega volando de algún lado, como una paloma
o una golondrina que siempre, en el último momento, se aparta de mi boca.
Elfriede Jelinek
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La noche en sí misma es un ángel, un mensajero; lo sabemos cuando la noche ha pasado, cuando la oscuridad devuelve por la mañana todas las cosas.
La relación de Robert Walser con la oscuridad y el despertar, es una relación diversa, acaso más intensa, o corrida algunos grados de la experiencia que la mayoría de nosotros hacemos con la vida.
En su singularidad, Walser, es como si hubiera despertado de una larga y espesa noche, cuyo mensaje no dejara de escuchar, descifrar y traducir, sin pausa, desde el resplandor o la refulgencia que irradian las incontables cosas que lo rodean. Él es un traductor encandilado, porque la noche le sigue hablando, hay una voz permanente que duerme sin dormir, y que no encuentra calma.

El misterio está alrededor de cada uno de nosotros, percibirlo, intuirlo, implicaría un leve cambio de posición en nuestra manera de acercarnos a las cosas o al aura de las cosas. La palabra misterio significa cerrar oídos y ojos a lo que existe
(para cierta tradición sería cerrarse al don de Dios, o a los dones del espíritu)
Entonces, para aquel que está abierto, para aquel que anda sin velos, todo aquello que lo rodea tendrá otro signo.
Sabemos que andar desvelado, sin velos ni velas que alumbren en lo oscuro, digo, andar como en un estado de revelación permanente, andar como en satori, como luz del corazón de lo oscuro, nos expulsaría de los órdenes capitalistas o productivos de este mundo en este tiempo; no serviríamos para mucho a estos modos, siempre fallidos, de ordenar el caos humano, porque acaso agrietáramos el orden hasta hacerlo trizas para tomar al buen caos como nuestra fe. Digo, no serviríamos para mucho a esos ordenes, en donde la Información vale más que una vida, y aun más que la experiencia real -siempre inasible- de cada vida.

En los albores de estos asuntos socio políticos, algo en Walser se activa, y cuando deja su tranquilo cantón suizo para arribar a esa Berlín naciente, ruidosa y cosmopolita de los años 20, él ya decía de sí mismo que él no servía para nada, que él era un resplandeciente cero a la izquierda, y de esa manera celebraba su magnífica inutilidad y se afirmaba en la posición; pero también se afirmaba desde el padecer, desde una aflicción sin reparo que lo obligó a un hospicio psiquiátrico, en donde trocó para siempre su escritura por caminatas, caminatas interminables que tenían la forma de esa voz que le traía su larga noche y que no callaba nunca dentro de él.

Una de las primeras novelas de Walser, Jakob von Gunten trata de un niño que quiere aprender a ser siervo, el niño va a una escuela de servidumbre y eso lo hace muy feliz; muy feliz saber que va a servir a alguien, saber que va tener un amo, saber que podrá ser el mejor esclavo para conseguir el mejor amo; eso es algo que según Robert Walser se aprende.

Para Walser, -ignoramos si leyó o no leyó a Spinoza, -aunque esta novela se nos hace cercana al Spinoza que leyó Deleuze, ese de “¿por qué el pueblo es tan profundamente irracional?,¿por qué se enorgullece de su propia esclavitud? ¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si se tratase de su libertad?” quiero decir, para Walser: No se nace esclavo, se hace, se enseña, es un aprendizaje lento, se inocula o es por goteo. Tal sería el modo de domeñar esa exaltación del espíritu libre, esa exaltación de estar despierto traduciendo el misterio, experimentándolo; pero pese a todo ese artefacto pesado como el Gran Castillo de Kafka, o incluso pesado como esa tremenda artillería de El proceso kafkiano, el niño Jakob, y aún Walser en toda su vida, lo consiguen. No pueden ser esclavos, pese a que dios y la sociedad lo disponen y hasta lo facilitan, ni él, ni el niño von Gunten lo realizan; ese No alcanzar el grado de Esclavitud Perfecta que busca Walser y todas sus criaturas, compone el drama de su obra, porque él, que siempre quiere obedecer, él que anhela perder su ser deseante hasta devenir un obediente, un hijo de su tiempo, un escritor reconocido, ÉL experimenta una sed de obediencia tan extrema, logra sentirse afanosamente TAN esclavo y TAN poca cosa, que concluye no sirviendo ni para obedecer, así ES que supera al amo, y que genera una desobediencia involuntaria y sutil, una poética que nada informa: puro pliegue, vuelo rasante, prosa que levita, lúdica sin ley, un convite de éxtasis. Porque ese niño Jakob, como Walser, alcazaron un estado de percepción tan abierta que han disuelto el Yo que ordena y organiza las cosas, pues, qué clase de percepción, de conexión con la existencia podría ocurrir, qué clase de apertura podría entrar en un dispositivo tan ceñido como es el YO, el Yo Soy, ese que carga con un nombre, ese que aguanta un solo sexo, ese que refiere a un número de documento, a una huella digital, a un iris de mapeo irisado refractado en la cámaras panópticas del mundo coorporativo sin cuerpo? la existencia no anda por ahí, no; acaso sea como la golondrina de Jelinek, esa que, como la vida, nos llega y a último momento se nos aparta de la boca.
Por eso pareciera que en Walser y en sus criaturas todo se abre al misterio, todo se vuelve una comunión con la existencia, así el niño o el hombre funcionan como si fueran una flor y su refulgir, o un astro en la noche, y retornan a ese tiempo anterior al orden, semejante a una libertad que en el inicio de las cosas, un tanto antes de ser tocados por la lengua del amo, tuvimos.

El capitalismo produce un hombre del resentimiento, una clase de veneno que nos incita a sentir vergüenza ante la menor felicidad; esa es la lengua de la información, la lengua que aplana la textura y el misterio; Walser desde su limbo, sin orden ni ley, acerca la lengua de la noche, la que convoca y llama desde el misterio, la lengua poética, la que ilumina los ojos del caminante en la oscuridad.

/una plegaria:

hacer lo que haga falta para formar parte de aquella comunidad que busca -incasable- iluminarse con la noche./



Nota original en Espacio Murena
02/07/2018 / Por Vanesa Guerra

https://www.espaciomurena.com/author/vanesa-guerra/





lunes, 24 de septiembre de 2018

Walser, traductor del limbo. De Vanesa Guerra Librería Volcán Azul, Córdoba, 23 de Agosto de 2018. Presentación por Claudia Salazar Jiménez





Walser, traductor del limbo
De Vanesa Guerra

Librería Volcán Azul, Córdoba, 
23 de Agosto de 2018. 


Por
 Claudia Salazar Jiménez





Hace algunos años, en un agosto como ahora, pero de 2012, al que Vanesa se ha referido como “uno de los fines de semana más alocado de su vida”, la escuché hablar por primera vez de Walser. Y en esa habla, también la idea de lo que sería este libro que presentamos hoy. Recuerdo la pasión de Vanesa al hablar de este autor, del que yo tenía alguna referencia por el texto La loca de la casa de la española Rosa Montero, en referencia a la crisis que le impidió seguir publicando y su posterior internamiento en un hospital mental. Recuerdo también haber adquirido algún tiempo después tres libros de Walser, pero no recuerdo si fue en Lima, o en Buenos Aires o quizás en Madrid. Recuerdo que, entre obligaciones y trabajos, los libros quedaron en el anaquel, esperando.

El año pasado, de visita en Buenos Aires, Vanesa anunció que el libro de Walser estaba por salir. Y hace algunas semanas, a casi un año de su publicación, coordinamos esta presentación en Córdoba. Pensé entonces que debía leer a Walser antes de leer el ensayo de Vanesa. Comencé entonces, por recomendación suya, con El bandido. Con esta novela, me sucedió algo que raramente me pasa: la novela me expulsó. Habré intentado comenzarla y seguirla tres veces y el resultado es bastante similar: la novela me deja en la intemperie. Leí entonces el ensayo de Vane, más que para preparar esta presentación, por el motivo más vital de entender esta expulsión que me provocaba el texto de Walser.

Vanesa Guerra escribe un paseo. Una invitación y bienvenida a recorrer la multiplicidad de lo que ella llama la lengua Walser, en siete capítulos donde más que una interpretación, Vanesa propone una caminata de siete capítulos por las constelaciones de sentido Walserianas, tanto en sus novelas como en las resonancias de su escritura en otros autores como Jelinek, Deleuze, Hoffman, Freud, Walter Benjamin, Macedonio Fernández. Leer a Walser, parece proponernos Vanesa, es leer a otros.

Esta lengua Walser, “es y sólo es, desvaneciéndose” (22). Vanesa articula un modo de comprensión de lo literario a la que cierta crítica debería prestar más atención. Ella no propone una hermenéutica o pura exégesis de los textos, sino que su propia mirada toma la estética vital del autor y la hace crítica.

Los siete capítulos de Walser, traductor del limbo, proponen un paseo por Walser y este paseo, como bien lo señala Vanesa, “no es el recorrido que produce una historia, sino que es una sucesión de instantes que transcurren y se disuelven” (22).

Cada capítulo es un instante de lectura donde Vanesa desgrana la textualidad Walseriana y la sitúa en diálogo con otros relatos, con otras voces, con otros autores. Desde el inicio, la figura del Yo en exilio se convierte en la imagen central de Walser y su escritura, ese Yo siempre partiendo, siempre yéndose pero que no termina de llegar. Como siempre se está yendo, esta escritura se desborda. El exilio como estado de dislocación permanente del ser. El desarraigo es para Walser una manera de vivir, organizando una lógica que lo coloca fuera de la circulación literaria y vital. El exilio, no es una situación de excepción, sino su manera de estar en el mundo, su manera de vivir y, al mismo tiempo, de escribir. La de Walser es una escritura del exilio que no depende del desarraigo o dislocación geográfica sino del desarraigo de s’i mismo. ¿Cómo asirla, entonces? Vanesa nos dice: “en esta poética teórica, voy a decir que cada vez que escribo Walser, no pienso en él, no pienso en ese hombre delgado, grosero y elegante, caminante sin par, bebedor de cerveza en cantinas dispersas a la vera o entreveradas en los bosques de los Alpes, no: solo pienso o vibro en la letra, tan corpórea y tan evanescente, tan salida de sí, tan pariéndolo como si fuera su propio hijo, afuerísima, letra afuerísima del cuerpo, fugada del yo”. (23)


Y entonces, la felicidad, y entonces, el limbo. Walser es también un exiliado del deseo, se sitúa en esa lengua menor que recurre siempre a la intemperie como la zona donde la felicidad se puede escribir aún a riesgo (o quizás por eso mismo) de quedar entre, aquel lugar donde nadie ve pero nadie tampoco escucha. Vanesa detecta este limbo y esta soledad primordial de Walser. Él, que no era escuchado, que era ninguneado, que era exiliado, ha encontrado en Vanesa Guerra un oído atento, un oído que le ha abierto la puerta de su casa, una escucha que le da hogar. ¿Y qué es la amistad sino esa escucha amorosa, ese darle habitación?  Celebro la aparición de este libro y nuestra amistad, que es, como ella lo indica “una clase de amor que festeja y sostiene bien las ideas” (83)



con Claudia Salazar y Daniela Mac Auliffe 



Fotos en la librería Volcán Azul- Córdoba, Argentina 2018


Nota que viene al caso > en 2012 en Buenos Aires, presentábamos junto a Claudia Salazar Jiménez y otras amigas  "Voces para Lilith. Literatura contemporánea de temática Lésbica Sudamericana"  Estruendomudo, Peru 2011. Celebrábamos, entonces,  la hermosa y vastísima antología, primera en su apuesta, compilada entre Claudia y Melisa Gheza. Aquellos días fueron vividos en manada y a pura amistad.  



Iluminarse con la noche. 18 notas sobre Walser, traductor del Limbo por Clara Beter


Iluminarse con la noche:
18 notas sobre Walser, traductor del Limbo
por Latfem.org




























El quinto libro de la escritora argentina Vanesa Guerra es un conjunto de ensayos breves sobre el particular escritor suizo Robert Walser. Clara Beter hizo una lectura del libro y comparte sus notas fugitivas a modo de comentario y reseña.

Fotos de Diego Martínez para Tiempo Argentino
(Gentileza)


-2. Krieg mit Walser. Krieg: Guerra; Mit: con; Walser: Walser.

-1. Intento encarar el comentario de Walser, traductor del Limbo, de Vanesa Guerra, como encara ella misma su escritura, como una transversalidad fugitiva. Una fuerza que atraviesa el lenguaje para buscar salidas que horaden el muro de los dualismos rígidos, las certezas burocráticas, las identidades sedentarias, las lenguas calmas de la academia. Entonces, literariamente, placer verbal donde la verdad resuena.

- 0. Guerra reflexiona sobre Walser. Primero en esa soledad poblada del acto de lectura, luego en el convite que nos hace: acercarse/nos a la “llamada literatura enfermiza” porque las lecturas “sanas”, teleológicamente, nos proponen un “futuro desolador”. Las comillas atrapan las palabras de Robert Walser, suizo y escritor, punto de reflexión del Walser de Guerra.

1. Si bien Guerra no lo sugiere, podemos pensar a Walser bajo la figura del extranjero: quién llega hoy pero que mañana no se va; que, si bien ha llegado, (aún) no se ha asentado. El extranjero Walser es una figura que encarna proximidad y distancia respecto de las cosas, pero también dentro de la sociedad en la que se ha establecido: la suiza, la alemana, el hospital psiquiátrico: “la distancia, dentro de la relación significa que el próximo está lejano, pero el extranjero significa que el lejano está próximo”.

2. El subtítulo del libro, “un ensayo”, nos adelanta un entusiasmo. Género libre, con su discurrir entre las ideas presente, sin límites formales para rondar a Walser, con elementos novelescos y poéticos, “el ensayo piensa junto en libertad lo que libre y junto se encuentra en el objeto elegido”, dirá Adorno. ¿Qué o quién es Walser? Un suizo de Biel/Bienne, ciudad del cantón Berna. El nombre doble de la ciudad indica una zona lingüística fronteriza entre el alemán y el francés, pues Suiza es una nación cuatrilingüe. ¿En qué lengua sueña Walser? ¿Cómo traduce en la vigilia los restos de nocturnidad?







3. Walser se encerró voluntariamente en una famosa clínica psiquiátrica, la Waldau de Berna, en la que trabajaba su hermana –Liza– porque sufría de ansia y alucinaciones. Las diferencias tuvieron destino de encierro y fueron medidas con la técnica médica. Más luego, ya sin su voluntad, en el psiquiátrico de Herisau, en donde quedó 23 años. Sea: ¿cómo se sale de una imaginería como esta? 23 años. Pues: en sus fichas médicas se registró que “el paciente confiesa escuchar voces”. Son las fuerzas que brotan del cerebro, que ponen el Yo fuera de Sí y cuando sucede “el cuerpo no ayuda, no despabila, obedece a otro amo. […] son el sello de la obra de Walser”, escribe Guerra.



4. La deriva como condición del espíritu. El libro piensa a Walser con categorías como “infinita variación”, “movimiento”. Y son representativas de Walser, pues volvió caminando de Alemania, de Stüttgart, a Suiza, en uno de sus tantos y larguísimos paseos de migrante. Fue uno de los primeros escritores en lengua alemana que introdujo en la literatura la vida de los trabajadores asalariados, y sus héroes a menudo son vagabundos: travagan. Es el caso de Jakob von Gunten (1909), un niño que quiere aprender a servir para tener un buen amo, porque a ser un buen esclavo, dice Walser, se aprende. Ni el niño ni Walser consiguen triunfar en la esclavitud, viven un tiempo sin orden.



5. Tal vez la figura más general con la cual Vanesa Guerra nos invita a pensar en y con Walser sea la del Yo en fuga, un yo plural: “Walser crea y se re-crea, en el sentido de se re-inventa”.



6. ¿Hay algo por afuera de la lengua? Guerra dialoga e intuye en lo dicho, en un diálogo con la parcial ausencia de Walser, pero con sus palabras como otro cuerpo. Un descorrimiento de velos, un hablar desvelado. Y de ese encuentro de múltiples focos de interrogación –la pluralidad de Walser que Guerra descubre– nace un nuevo cuerpo-tiempo-espacio tan abierto que se parece a un yo plural: la concreción del propio libro.



7. Walser para Guerra es por lo menos dos cosas: escritura/pensamiento en el acto de desplazarse/cuerpo caminante. Guerra lo busca entonces en las Gedankenspaziergänge (caminatas del pensamiento).



8. Guerra dice que no le interesa Walser, el Walser-ser sino su obra: “solo pienso o vibro en su letra, tan corpórea y evanescente, tan salida de sí, tan pariéndolo como si fuera su propio hijo, afuerísima, letra afuerísima del cuerpo, fugada del yo”. Al mismo tiempo descompone el nombre, ¿y qué es un nombre en la institución literatura sino una mediación del ser? “Walser: Va-al-Ser / va-hacia-el-ser / va-cía-el-ser”. Pero Walser, “caminante sin par”, puede ser puesto a bailar en un nuevo desplazamiento: el principio del movimiento que el escritor lleva inscripto en el nombre y en la vida: Walser < Walzer < Walzen (girar o rodar), el principio del vals y de Walser.



9. A Walser lo recuerdan en Suiza y acaso lo recordamos en Europa por los Mikrogramme (microgramas), que son objetos artísticos en sí: que se pueden mirar sin “leer”. Una forma de la escritura que él mismo bautizó como Bleistiftgebiet (método/territorio del lápiz). Ahí estaba cifrado el sütterlin, una especie de forma del gótico cursivo. Al comienzo se percibieron esas páginas como garabatos de un loco y tardamos en descubrir que ahí había letras e historias más que imágenes. Cuatro lectores atentos y progresivos los descifraron –Jochen Greven (el inventor del concepto de “microgramas”), Martin Jürgens, Bernhard Echte y Werner Morlag– y sobre el filo del siglo XXI terminó de aparecer una obra de Walser en seis volúmenes: Aus dem Bleistiftgebiet (Desde la región del lápiz).



10. Otro signo bajo el cual Vanesa Guerra nos invita a pensar en Walser es el limbo. Ahí Dante había puesto a los grandes filósofos de la historia de la humanidad que habían nacido antes de Cristo y que pese a haber muerto con el “pecado original”, por su labor, por sus palabras, esto es, la reflexión sobre el mundo, no merecían el infierno. Tampoco el paraíso: por cierto, más aburrido que el infierno. El limbo para Guerra es un lugar “fuera de la salvación, fuera de la maldición”. Una tierra media: y ahí dice están las criaturas de Walser: sin dios ni ley ni destino.



11. Cuerpo: espasmo y sostén. Y lectura: 12.



12. Lectura. La lectura es trabada porque la lengua de la narración de Guerra se densifica en los signos de la poesía. El libro entrama una poética y entonces avanzamos al paso de la reflexión. Hay un estado de inmovilidad en la lengua que nos presenta. Momentáneo por cierto. Es el lento paladeo de la lengua en el bosque de los signos de Walser. Pero esa lentitud en un momento interpone su negación y es entonces cuándo la progresión de los signos se hace fluida: hemos entrado en el mundo de Walser-Krieg y avanzamos en la noche con fulgores. Sobre todo, cuándo el libro nos transporta a una lectura feminista de Elfriede Jelinek sin soluciones de continuidad (¿aparentes?) con Walser, pero sí con Guerra.



13. Ciudad. Buenos Aires es a Arlt como Berlín es a Walser: Krieg entrama un largo paralelismo entre Walser y Berlín. En ambos, la ciudad y el escritor, se encuentra reinscripto un mismo principio: el movimiento. Y además, como agregado, aquí (en estas notas que se traman cual textura deshilachada) surge la idea de que no hay literatura sin lugar: pues no hay literatura sin ciudad (por lo menos en Europa, pues en América Latina las cosas siempre tienen algunos leves tintes de matices). Y acaso sería posible postular que Walser en la Argentina se traduce como Arlt: escrituras nerviosas, escrituras caminantes, sendas ciudades, personajes paseadores. O mejor: Walser > Walder > Balder. Un amor agresivo.



14. Lengua. “Walser se ha entrenado para una vida en la clandestinidad”. Por lo menos en la clandestinidad de la lengua. Walser escribe en Hochdeutsch (alto alemán; el alemán de Alemania), una lengua diáfana que lxs suizxs hablan/escriben con cierto sentimiento de “otredad” respecto de lxs alemanxs. Guerra tiene una hipótesis al respecto: “Se niega y escribe en alemán porque no es una lengua de minorías, cómo sí lo es su lengua materna, porque RW cree que el arte debe entregarse a lenguas ‘mayores’”. Pero acaso ¿hay lenguas mayores y menores? En un principio, hay lenguas para ciertos usos y distintos circuitos comunicativos. En todas las latitudes de Europa, al menos lingüísticamente, hay un estado de “bipolaridad” entre el dialecto de los afectos y de la comunicación diaria y la lengua nacional (Suiza tiene cuatro lenguas oficiales: alemán, francés, italiano, romanche; en orden de prelación) propia de las burocracias, las instituciones y las formalidades. La mayoría de los países europeos a lo largo de la historia tuvo experiencias coloniales. Esas etapas de proyección capitalista fueron precedidas por experiencia semicoloniales, “puertas adentro”, hacia el interior de Europa. Y el Estado nacional, que recoge la experiencia semicolonial antes y colonial después, ha condenado a las culturas regionales e intentado minimizar (con éxitos impares) al máximo las culturas territoriales y sus habitantes: en términos lingüísticos, les (nos) ha inculcado sabiamente que los “dialectos” son lenguas “menores”. Walser: semicolonizado. Pero con un pliegue: su deseo de reconocimiento, su voluntad de ser un escritor de su época, su alemán de mayorías, fracasan; su lengua sin ley es goce y no utilidad.



15. Abrir. Walser, traductor del limbo trae a la Argentina un escritor relativamente remoto para nuestra institución literaria y lo presenta con una lengua que no se tienta en el academicismo, que se acerca más a las densidades de la poesía. Una lengua que choca con la (presunta) uniformidad de la lengua del espectáculo, esa que apela al sentido común de las audiencias a las que se dirige y que pretende ser garante de la “buena comunicación”: lineal y transparente, regular y uniforme. Pues bien, el Walser de Vanesa Guerra es todo lo contrario, pues podríamos decir, usando las mismas palabras que encontramos en el libro, referidas a Bartleby, que nos habla desde una zona “donde la lengua muestra su extranjería, su otredad, su rareza, su corazón ajeno”. Por eso mismo, vale bienvenir este libro e insertarlo en las derivas de nuestras lecturas.


Iluminarse con la noche < 18 notas por LATFEM.ORG

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nota del 1ro de diciembre de 2017