Librería Volcán Azul,
Córdoba,
23 de Agosto de 2018.
Por
Claudia Salazar Jiménez
Por
Claudia Salazar Jiménez
Hace algunos años, en un agosto como ahora, pero de 2012, al que Vanesa se ha referido como “uno de los fines de semana más alocado de su vida”, la escuché hablar por primera vez de Walser. Y en esa habla, también la idea de lo que sería este libro que presentamos hoy. Recuerdo la pasión de Vanesa al hablar de este autor, del que yo tenía alguna referencia por el texto La loca de la casa de la española Rosa Montero, en referencia a la crisis que le impidió seguir publicando y su posterior internamiento en un hospital mental. Recuerdo también haber adquirido algún tiempo después tres libros de Walser, pero no recuerdo si fue en Lima, o en Buenos Aires o quizás en Madrid. Recuerdo que, entre obligaciones y trabajos, los libros quedaron en el anaquel, esperando.
El año pasado, de visita
en Buenos Aires, Vanesa anunció que el libro de Walser estaba por salir. Y hace
algunas semanas, a casi un año de su publicación, coordinamos esta presentación
en Córdoba. Pensé entonces que debía leer a Walser antes de leer el ensayo de
Vanesa. Comencé entonces, por recomendación suya, con El bandido. Con esta novela, me sucedió algo que raramente me pasa:
la novela me expulsó. Habré intentado comenzarla y seguirla tres veces y el
resultado es bastante similar: la novela me deja en la intemperie. Leí entonces
el ensayo de Vane, más que para preparar esta presentación, por el motivo más
vital de entender esta expulsión que me provocaba el texto de Walser.
Vanesa Guerra escribe un
paseo. Una invitación y bienvenida a recorrer la multiplicidad de lo que ella
llama la lengua Walser, en siete
capítulos donde más que una interpretación, Vanesa propone una caminata de
siete capítulos por las constelaciones de sentido Walserianas, tanto en sus
novelas como en las resonancias de su escritura en otros autores como Jelinek,
Deleuze, Hoffman, Freud, Walter Benjamin, Macedonio Fernández. Leer a Walser,
parece proponernos Vanesa, es leer a otros.
Esta lengua Walser, “es y sólo es,
desvaneciéndose” (22). Vanesa articula un modo de comprensión de lo literario a
la que cierta crítica debería prestar más atención. Ella no propone una
hermenéutica o pura exégesis de los textos, sino que su propia mirada toma la
estética vital del autor y la hace crítica.
Los siete capítulos de Walser, traductor del limbo, proponen un
paseo por Walser y este paseo, como bien lo señala Vanesa, “no es el recorrido
que produce una historia, sino que es una sucesión de instantes que transcurren
y se disuelven” (22).
Cada capítulo es un
instante de lectura donde Vanesa desgrana la textualidad Walseriana y la sitúa
en diálogo con otros relatos, con otras voces, con otros autores. Desde el
inicio, la figura del Yo en exilio se convierte en la imagen central de Walser
y su escritura, ese Yo siempre partiendo, siempre yéndose pero que no termina
de llegar. Como siempre se está yendo, esta escritura se desborda. El exilio
como estado de dislocación permanente del ser. El desarraigo es para Walser una manera de vivir,
organizando una lógica que lo coloca fuera de la circulación literaria y vital.
El exilio, no es una situación de excepción, sino su manera de estar en el
mundo, su manera de vivir y, al mismo tiempo, de escribir. La de Walser es una
escritura del exilio que no depende del desarraigo o dislocación geográfica
sino del desarraigo de s’i mismo. ¿Cómo asirla, entonces? Vanesa nos dice: “en esta poética teórica, voy a
decir que cada vez que escribo Walser, no pienso en él, no pienso en ese hombre
delgado, grosero y elegante, caminante sin par, bebedor de cerveza en cantinas
dispersas a la vera o entreveradas en los bosques de los Alpes, no: solo pienso
o vibro en la letra, tan corpórea y tan evanescente, tan salida de sí, tan
pariéndolo como si fuera su propio hijo, afuerísima, letra afuerísima del
cuerpo, fugada del yo”. (23)
Y entonces, la felicidad, y entonces, el limbo. Walser es también un exiliado del deseo, se sitúa en esa lengua menor que recurre siempre a la intemperie como la zona donde la felicidad se puede escribir aún a riesgo (o quizás por eso mismo) de quedar entre, aquel lugar donde nadie ve pero nadie tampoco escucha. Vanesa detecta este limbo y esta soledad primordial de Walser. Él, que no era escuchado, que era ninguneado, que era exiliado, ha encontrado en Vanesa Guerra un oído atento, un oído que le ha abierto la puerta de su casa, una escucha que le da hogar. ¿Y qué es la amistad sino esa escucha amorosa, ese darle habitación? Celebro la aparición de este libro y nuestra amistad, que es, como ella lo indica “una clase de amor que festeja y sostiene bien las ideas” (83)
con Claudia Salazar y Daniela Mac Auliffe
Fotos en la librería Volcán Azul- Córdoba, Argentina 2018
Nota que viene al caso > en 2012 en Buenos Aires, presentábamos junto a Claudia Salazar Jiménez y otras amigas "Voces para Lilith. Literatura contemporánea de temática Lésbica Sudamericana" Estruendomudo, Peru 2011. Celebrábamos, entonces, la hermosa y vastísima antología, primera en su apuesta, compilada entre Claudia y Melisa Gheza. Aquellos días fueron vividos en manada y a pura amistad.
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