viernes, 16 de septiembre de 2011

Walser o los manotazos del instante>> Vanesa Guerra (fragmento)


2 –Manotazos del instante

Diríase el escritor del éxtasis, y aún el escritor del exceso; un exaltado. Nunca eclipsado en su prosa es uno de los huérfanos de todos los grandes padres. Huérfano generoso en paternidad con Kafka y con todos los hijos de Kafka.
Robert Walser nació en Suiza en el año 1878, un 15 de Abril en Biel, cantón de Berna.
Decir nació no significa que haya encontrado la vida o que la que la vida lo haya encontrado a él. Excepto que aceptemos esta variable: encontró la vida como una sucesión de instantes. Una sucesión de instantes no es una historia y una historia tampoco es una sumatoria de instantes. En todo caso, para acercarnos a una figura que familiarice con esta idea deberíamos remitirnos a Zenón y a una de sus aporías, Aquiles y la Tortuga
¿Por qué Aquiles nunca gana la carrera? ¿porque la tortuga es más veloz? No. ¿Porque Aquiles le dio algunos metros de ventaja? No. ¿Por el talón? (asumimos que tamaña presunción nos desviaría por atroces rodeos psicoanalíticos emparentados con el viejo y fundacional concepto de castración o aún con las consecuencias en su errancia o desestima) Tampoco.
La paradoja reside en aceptar un espacio limitado, medido en metros, pero infinitamente ilimitado entre metro y metro, centímetro y centímetro, milímetro y milímetro… con lo cual, el movimiento no existe en un plano, pero sí existe en otro. Dicho de otra forma, pasar del uno al dos o del dos al tres es sencillamente imposible. El movimiento queda en el uno y en su infinita variación.
Walser paseaba que no significa pasar. [1]
Paseó toda su vida, escribió sus paseos y sus paseos lo escribieron a él y halló la muerte en esa práctica paseandera. En la navidad de 1956, en los alrededores del asilo psiquiátrico que lo hospedaba, alguien encontró el cuerpo de Walser sobre la nieve.[2]
Aceptamos que esa muerte estaba anunciada en su escritura. Varios amantes de la obra coinciden: el preludio a su propio acabar con la vida se anticipa en la novela Los hermanos Tanner[3].
Creeríamos que Walser presentía que morir era una de las posibles formas de pasar.

El movimiento de Walser no es el paseo que alguien daría en una ciudad o en un pueblo, sino la habilidad única de dar dimensiones temporales y espaciales a una imagen con la que se topa y se fascina. En esa clase de imagen el todo nos arropa a la intemperie. Eso el éxtasis. Una suerte extrema de felicidad que pende en quietud sobre el abismo vacuo del desamparo; pende, y sin embargo, la amenaza que caería sobre el corte del hilito fino y frágil no existe. El estado de éxtasis detiene el tiempo para el Yo que lo experimenta, por eso colma y ocupa todo el espacio-tiempo fuera del tiempo-espacio. Este trabalenguas no es más que el intento de mostrar que el estado de éxtasis arroja al Yo fuera de sí, y compone, amasija – amasa- lo amasa-  al mundo que lo rodea. Así el Yo es uno con el mundo; estas fusiones repentinas son sello en la obra de Walser, y aun su máquina de creación. Walser, en lo repentino, se ama en el mundo que descubre y ese mundo lo ama y lo descubre a él. No obstante, algo del Yo está fuera de sí, no queda demorado en la modalidad de la captura, es una suerte de Yo en exilio, en fuga,  Yo en otro tiempo y  con ese fragmento de Yo desgarrado de sí, con ese trozo de Yo, Walser crea, y se re-crea, en el sentido de se re-inventa, del mismo modo que esa mano que se dibuja a sí misma todo el tiempo sin una primera ni última vez. ¿?
Luego, la vida y la escritura.

Entonces, vislumbramos tres ideas posibles:
- Walser se compone fuera de Walser, se engendra fuera de sí.
- El éxtasis en Walser es un modo del amor. Si se quiere, un amor místico. Y en lo místico hallamos ese preciosismo de hacerse objeto prendado del Otro, 
“¡Qué feliz soy de no poder descubrir nada digno de consideración o estima en mi persona!”[4]
- El movimiento, cuyo motor asumimos cómo el éxtasis, es una variación continua de intensidades.


[1] “Yo me había convertido en un interior, y paseaba como por un interior; todo lo exterior se volvió sueño, lo hasta entonces comprendido, incompren-sible. (…) Aquello que entendemos y amamos nos entiende y nos ama también. Yo ya no era yo, era otro, y precisamente por eso otra vez yo.” R. Walser; El Paseo (1917) Siruela, 2001. pág 59.

[2] En otro orden de cosas Severo Sarduy anota: “La nieve crea un silencio particular, una calidad única de silencio, como una textura del vacío.”  Sarduy Severo; Antología , Tibet Sur Seine. Fondo de Cultura Económica; México 2000 pág 48 (Retomaremos esta idea )

[3]María do Cebreiro Rábade Villar, ubica este anuncio en un poema anterior titulado “Nieve”. Ver Notas sin numerar, pág:
[4] Walser Robert, Jacob Von Gunten  (1909) Madrid, Siruela, 2003, pág. 112

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